Querida Hannah. Hoy te escribo debajo de una higuera. Es que he venido al campo este finde para acompañar a mi Tío Ramón porque tiene que plantar unos melones y algunas calabazas. Y así puedo aprovechar para respirar aire puro porque el que hay en la ciudad, últimamente está un poco cargado. Por cierto, hace un día espléndido y radiante. La mañana ha sido algo fría. Pero ahora, con el sol ya en todo lo alto, la temperatura es mucho más agradable. Justo antes de empezar a escribirte he echado una meadita y acabo de darme cuenta ahora mismo de que me he dejado la bragueta abierta [carta nº 68; pincha en la columna de la derecha]
Desde aquí hay una vista impresionante y majestuosa. El maravilloso paisaje, con las montañas que rodean estos fértiles valles y el arroyo que serpentea por estos campos, eleva el alma y el espíritu de cualquiera que se haya acercado alguna vez por aquí y se asoma ante nuestros ojos con un despliegue inigualable de hermosura y de belleza. Menuda sinfonía de colores, sonidos y aromas. Y cómo despiertan todos nuestros sentidos. No es de extrañar que la Naturaleza haya sido desde siempre una importantísima fuente de inspiración para escritores, pintores y, por supuesto, para los músicos. Hasta los grandes compositores se han inspirado en los cantos y melodías populares que cantaban y tocaban los campesinos y los aldeanos, sin tener en cuenta si los músicos eran profesionales o simples aficionados.
Por allí a lo lejos se ven otros agricultores trabajando la tierra. La mayoría lo hacen, tal como les enseñaron sus padres o sus abuelos. Algunos tienen más experiencia, otros tienen más conocimientos, incluso hay quienes tienen algún título universitario. Pero todos intentan cultivar la tierra y sacarle el mayor rendimiento posible, poniendo siempre todo lo mejor de cada uno, lo mejor que pueden y lo mejor que saben. Con verdadero respeto, con verdadera constancia, con verdadero esfuerzo, con verdadero amor y, sobre todo, con verdadera humildad. A pesar de la meteorología. La Madre Naturaleza no mira ni tiene en cuenta el trabajo y la tenacidad de los que siembran las semillas para recoger posteriormente sus frutos. Y a pesar de algunos oportunistas. Siempre hay quien no ha pisado el campo en todo el año y luego cosecha como si lo hubiera hecho. Como le ocurre precisamente al marciano, que lleva toda la mañana dando vueltas a la casa de campo de mi tío y todavía no se ha puesto a la faena. Como ya tiene título (o casi) para qué va a ponerse. Que se pongan los demás. Por cierto, al final de estas líneas (y sin que sirva de precedente) tienes un ejemplo de lo que algunos llaman “meapilas”. Y te dejo ahora porque se acerca alguien y me tengo que subir la cremallera, no vaya a ser que me graben y mañana aparezca en los vídeos del youtube. Un abrazo, Hannah.